martes, 8 de enero de 2013

¿QUÉ ENTENDEMOS POR VIDA ESPIRITUAL?


Existen muchos prejuicios y desconfianza en torno a la espiritualidad. Creo que es oportuno decir que la espiritualidad no consiste en teorías o abstracciones y que no se trata de ningún idealismo. Más bien consiste en considerar los problemas de la vida desde un punto de vista elevado, comprensivo y sintético; en probarlo todo en base a los verdaderos valores; en intentar llegar a la esencia de los hechos, sin dejarse arrastrar por las apariencias externas, ni convencer por las opiniones tradicionales. No dejarse influenciar por las masas, ni por las tendencias, las emociones o los prejuicios personales.

Cierto es que esto no es nada fácil y sería una auténtica presunción pensar que se puede conseguir plenamente. Pero intentarlo no solo es lícito, sino que además constituye un deber muy concreto; porque la luz o conciencia espiritual proyectada sobre los variados y complejos problemas individuales y colectivos, revela soluciones y muestra formas de evitar muchos peligros y errores, ahorrarnos muchos sufrimientos y, por lo tanto, proporcionarnos innumerables beneficios.


Experiencia espiritual
Desde los tiempos más remotos han existido seres humanos que han afirmado haber experimentado estados de conciencia que se diferenciaban, ya sea en calidad, intensidad o efecto, de aquellos que normalmente tenían al amparo del conocimiento humano.Tales estados de conciencia son el resultado de entrar, de forma voluntaria o involuntaria, en contacto con un plano o esfera de la Realidad que está “por encima” o “más allá” de aquellos generalmente considerados como “reales”. A esta esfera de Realidad se la suele denominar trascendente.
Este tipo de percepciones se sienten como la cosa más real, duradera y sustancial del mundo, como la verdadera raíz y esencia del Ser. Se suelen experimentar una forma de vida rica en matices y, en suma, reconfortante.

Hay múltiples testimonios de contactos con una Realidad superior, más plena y elevada. Estos se han dado a lo largo de todos los tiempos provenientes de personas de todos los países, y en algunos casos, de gente bien conceptuada dentro de la sociedad o que ha dejado legados importantes a la humanidad.


La concepción espiritual de la vida y de sus manifestaciones.

·       La espiritualidad es revolucionaria porque, a la luz del espíritu, vemos claramente que las valoraciones que habitualmente hacemos y la forma de comportarnos en base a ellas está fundamentalmente equivocada. Esto es natural e inevitable, porque estas valoraciones y comportamientos son egocéntricos y separatistas y, dada la falsa perspectiva sobre la cual se basan, deforman la realidad y crean barreras artificiales en lo verdaderamente es la vida. Así, de un punto de vista subjetivo y egocéntrico como seres humanos pasamos a una visión que toma al espíritu o esencia como origen o partida de toda manifestación, lo que sitúa en su justo lugar los hechos y los problemas, pero sobre todo, a nosotros mismos.

·       La espiritualidad es dinámica y creativa porque los cambios de perspectiva y de valores, el dejar a tras las expectativas y la transfiguración del mundo y de la vida, debida a esta nueva conciencia, provocan profundos cambios en nosotros, desvelan nuevas y potentes energías, ensanchan el campo de nuestra acción sobre los demás y transforman en gran medida la calidad de dichas acciones.

Todo esto implica que haya una clara comprensión y reafirmación de los principios y valores eternos del espíritu y después, la aplicación de estos principios y valores a los problemas concretos, personales y sociales de nuestra época.

 Para que las soluciones espirituales resulten adecuadas a la realidad y resulten eficaces en la práctica, deben ser plásticas, y en cierto sentido, siempre nuevas y originales para adaptarse a los constantes cambios de la vida.

En el libro “Variedades de la experiencia religiosa” (Ed. 62, 1986.) del filósofo y profesor de sicología William James, tenemos un modelo de examen científico e imparcial de este tema, en el que demuestra la realidad y el valor del reino trascendente o plano espiritual ante el intento de negar tales experiencias por parte de algunos.

James sostiene que los límites de nuestro Ser penetran en una dimensión de la existencia totalmente distinta al mundo racional y sensible que habitualmente concebimos, ya sea una zona o región mística o sobrenatural o como queramos llamarla.
Desde el momento en que nuestros pensamientos (impulsos ideales) tienen origen en esta región (y muchos de ellos lo tienen porque sentimos que nos poseen de un modo que no puede ser expresado con palabras), nosotros también pertenecemos a ella, incluso más íntimamente que al mundo visible o tangible, porque pertenecemos íntimamente al mundo donde nuestros pensamientos pertenecen.

Cuando entramos en esta zona o región, se produce una transformación en el plano de nuestra personalidad, nos convertimos en hombres nuevos, y como consecuencia hay un cambio regenerador en nuestro comportamiento.

Aquello que produce efectos dentro de otra realidad también debe ser llamado realidad. Por lo tanto no hay ninguna excusa filosófica para llamar “irreal” al mundo místico o invisible.

La importancia de este reino superior de experiencia y realidad o plano espiritual,  no debe ser infravalorada.

Así pues, como conclusión podemos extraer que la conciencia espiritual no debe quedar ligada en modo alguno a experiencias religiosas o místicas.

“Cada individuo mezcla con la experiencia original una serie de estructuras personales inexactas a las que está fuertemente apegado, tanto mental como emocionalmente.” William James.

Hay mucha gente desesperada que necesita buscar cualquier cosa que le resulte más “real” y satisfactoria que la vida “normal” que conoce. La mayoría lo hace de forma inconsciente, a pesar de poseer una mente brillante y una visión realista del mundo. Los credos, las teologías, los ritos o ceremonias, el recurso a un Dios personal o a la iglesia parecen ser la forma más cercana de aproximarnos a este plano de existencia y experiencia.

  Extraído del libro  Ser Transpersonal,
  Roberto Assagioli.

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